martes, 6 de diciembre de 2011

Soy un bufón

Hay que bizarra es la noche!,
creyendo que reiré de mi
me da razones pa' pensarme un fantoche,
y quizá quedo atónito, amarillento


Pero sé que es una pasada de arlequín,
que cuando camino con maleta en mano,
tropezando, cabizbajo; suelta su carcajada
y sin más dice: flaco te he engañado.


Oh nena, tu humor me deja frío,
pero si es necesario jugar a perder
para luego en tus brazos caer,
presumo que puedo recobrar el sentido.

lunes, 10 de octubre de 2011

Experimentando escribir enamorado (Título para una frase)


Un pequeño y único fragmento rojo.

Un espacio en blanco y dentro de este un fragmento rojo rebotando contra las paredes de la nada. He ahí lo que queda de mi corazón, que antes fue marrón y grande, sucio e inerte; y ahora late solo por ti;
golpeándose contra mi pecho mientras te veo a lo lejos, y solo por dar vida a las frases populares, o como objeción a mi palabra, muere aferrado a mi garganta, si he de hablarte. Si he de hablarte será para que sepas que te amo.

martes, 4 de octubre de 2011

Amor




Pero que el frío carcoma mis huesos,

Y se abanique sobre el horizonte,
Pero el que yo veo, no el tuyo.


La helada me mantiene despierto,
Aún, que con pocas fuerzas he aguardado desde nacer,
Al manto negro ante mis enormes pupilas,
Y desde ahora azul será mi cielo.


Solo un momento en que el viento no sople,
 Uno nada más, y saltaré.
 Deseo caer libre.

lunes, 8 de agosto de 2011

Sobre la nada

Sostenía el santoral en posición vertical mientras miraba el ubajay. Deliciosos sus frutos, pensó el monje, aunque sean un poco ácidos.
Mas allá se notaba la cometa que sostenía con ufanía, creía que si Dios estaba en todos lados entonces él le tenía atado en su vuelo de cometa, y a su ves este le tenía atado a la tierra y no a la cometa.
El abad observaba al monje irse por las nubes como el humo de un mataquintos, que no es igual al de los buenos tabacos, así que le mandó a llamar.
Ven conmigo, escuchó el monje, y buscando de donde venía tan bella y cálida voz se encontró con su cometa. Subió en ella después de  caminar por la pita que la unía al suelo. Deseó volar mas allá pero la voz le dijo: “no estás satisfecho aún”, afirmando y no preguntando; el monje cortó la pita para volar con libertad y el viento sopló fuerte, trayendo consigo  el olor del tabaco que fuma el abad.
Cuando llegaron a llamarle era ya muy tarde, temprano antes del medio día, pero tarde para el joven monje que había caído de la cometa.

jueves, 4 de agosto de 2011

Sobre las verdades

Estaba encerrado en la pieza, en una pieza del juego, de cualquier juego; y dentro de ella, a mi lado, había una pieza, digo un cuarto, en ingles “room”, y dentro de esta  una cama, por lo cual en ingles sería una “bedroom”. Tres puertas tenía el cuarto en su interior, la cama en el centro y con forma de triangulo desde lejos, pero al acostarte se veía circular; una de las puertas daba en la cabecera, de vidrio era y su chapa de oro.  A través de ella se veía un corredor cerrado por una pared; las otras dos puertas también eran ventanas, ya que eran iguales a la de la cabecera.
Salí al exterior para respirar un poco de aire contaminado, solo que estaba limpio y caliente; sobre todo caliente, tanto que se anaranjaron mis ojos y enrojecieron mis uñas. Observaba  desde las alturas en una montaña  y el mundo entero era del color de las hojas en otoño, solo que en el sur del planeta es primavera, así que de marón todo pasó a verde y pude notar que había agua en la planicie.
Caminé por horas subiendo la montaña en busca de agua, deseaba encontrar el nacimiento, no tomar de la desembocadura, ahí el agua empieza a salarse y a mezclarse con la del mar. Encendí un cigarrillo para agarrarme del humo y subir rápidamente con la corriente de aire caliente que empezaba a ascender con el medio día, pero el cigarro solo duró unos minutos y aunque avancé bastante, no recorrí nada del camino; pensé en incendiar el bosque para motivarme a correr llegar rápido a la cima, pero ya había apagado la cusca del producto cancerígeno, y  el cerillo que quedaba era para fumarme otro después de encontrar el agua. Por ende tomé la decisión de quitarme la vida y así, como fantasma, podría simplemente aparecer arriba y asustar a los animales; el problema es que los animales no saben que es un fantasma y además ya no podría tomar agua pura.
Caminé por muchas más horas bajo un sol picante en el centro del cielo. Hasta que después de varios obstáculos, peleas con tribus nativas de pandas y ornitorrincos, y otras hazañas que jamás ocurrieron, encontré el manantial; y tal como lo creí, la montaña era un volcán de agua con una puerta en el fondo. Y aunque nunca entré siempre he imaginado que esa puerta sería la misma ventana de la cabecera de la cama, de aquella cama tan cómoda en la que me acosté tantas veces y con tantas personas, e imagino que era la otra puerta; por la cual no salí, y obvio no la de la cabecera; la que llevaba a exterior de la pieza.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Para ti

Caminabas por las calles de un mundo destruido.
¡Si, tú!, todos te vieron pero pocos se acercaron. Las puertas todas cerradas, imposibles de abrir; los demás tirados en el piso suplicándote.
-¡Sálvanos!- decían desesperadamente los de abajo, -¡Es tu culpa!-gritaban iracundo los de los techos.
En tu rostro se vio el miedo. Las ventanas, casi todas, rotas y sus almas en los muros regadas por todos lados, imposible de contarlas. Ya se hacía de noche, y ya sé, se hacía de de noche, sin embargo no escuchaste a ninguno de ellos. No sé  el por qué; tal vez no entendías nada, ¿Quién pudo haberte explicado, si no había uno que no se comportara con un animal?
Viste las calles empapadas de sangre, cadáveres, enfermedades, dolor, pobreza, e ignorancia; igual como todos te ve a ti, o al menos como te vieron aquella vez. Luego paraste y diste al mundo una cara de desconcierto, como si todo lo que es importante en este mundo pasara ante tus ojos. Aquella vez te descubrieron mirándote a  un espejo con muy poco ánimo.

Calla el grillo

¡Al fin calla!, pero comienza de nuevo desordenando aquello que aparenta ser silencio.

Desaparece y vuelve continuamente rebotando en las paredes y los tambores, y en el closet, y en la ventana, y en las cuerdas templadas que ya detienen su vibrar. Brillar, y desplazar en el aire  haciéndose humo opaco, color violeta el de sus manos, gris el de su boca; amarillo en su cola, mas no humo ni aire, solo luz sin resplandor.

Bello resplandor que si acaso existiese, sería único. Atravesaría montañas y las haría ver más grandes, cada una un cuento distinto; las de la derecha bosques de pino, abeto y roble, frías, heladas y más frías, azules y verdes. Las de la izquierda calientes y espesas, enredadas en selvas tropicales y aventuras; ¿de donde viene él? Quizá venga de la derechas, pero la izquierda siempre será mi favorita; no posee limites u orden, nada se parece a nada, solo a todo en general, recordándonos quienes no somos.
Y no solo montañas; llegaría hasta otros planetas como una estrella para reflejarse en las miradas de seres nocturnos e idiotas con insomnio, esos pobres seres que no atrapan el sueño por lentos, los que temen morir sin ver la muerte. Resplandor que viaja solo para presenciar la vida y su ausencia, la risa y la tinta de esfero sobre el papel, el llanto.

Viajando a tal punto que ya no es visto por nadie ni nada, porque es ahí a donde ha llegado, a la nada. La curiosidad no le podría con un regreso, hasta que se pierda; justo cuando no exista algo mas podría encontrar lo único que para él realmente existe, pero siempre ha ignorado; su ser que no necesitaba resplandecer de tal manera para existir. Solo tenía que callar, pero por fortuna ya lo hizo. 

Escritos sobre la perfección


1.
Como línea delicada que resplandece entre los contrastes que genera su sombra, se  une a si misma para ser ya, otra cosa. Ahora es perfecta, no tiene inicio ni fin. No tiene nacionalidad y menos color; no grita “gol” apoyando a mi país, tampoco al tuyo; grita gol cuando ve el tenis  en la tele.
2.
Anduve un tiempo sin alas con el fin de aprender a caminar, y vaya martirio fue caminar.
Caminé hasta que mis tentáculos sangraron y dejé de verme bella. Sin motivo alguno se me ocurrió una buena idea; corte mis alas para construir dos extremidades con mayor utilidad  para caminar y las llame piernas.
Eran realmente prácticas, bajaban de mi cintura verticalmente, paralela la una a la otra; las movía en secuencia para desplazarme, primero la izquierda y luego la derecha. Con ellas me veía incluso más bonita; pero ya no tenía alas,  nadie bajaba hasta la tierra para apreciar mi belleza y entró en mí una fuerte depresión, así que  tome mis tentáculos y con ellos construí cuatro alas como las de una libélula. Descubrí  que con mi ultimo cambio no solo podía volar mejor que antes, sino que me veía mucho mas bella; ya no me parecía a los demás, al volver a verlos noté que eran feos con tentáculos y alas de gallina.
3.
Nací hace poco, menos de un mes, mas de un año; que sé yo.
La vida me educó con su sistema conservador, antisemita y poco estructurado. Me formó como si todos fuéramos el mismo palo de mangos,  a pesar de que yo siempre fui un abeto, bueno no siempre, en mi juventud también llegué a ser un pino. Pasé mucho tiempo concentrándome en la respiración, canalizando la luz e ignorando a las ardillas de mi cabeza, y a los gusanos u hormigas que habitaban en mis entrañas.
Aprendí tres cosas sobre la vida; primero que era una competencia en la que debía ganar o perecer, y con base en esto hice mis raíces mas fuertes y mis hojas más densas para que bajo mi sombra no creciera ninguna otra planta. Luego conocí a un mapache que me enseñó que la vida también era trabajo en equipo, para competir mejor; yo lo protegía del frío y el a mi de los carpinteros, hasta que murió y me di cuenta de que todo tenía un fin.
Lo que nunca esperé fue terminar siendo hoja de papel.

El funeral del perro

AMOR POR EL RUIDO
I
Oí a distancia ese, ¿cómo podría llamarlo?, ¿gruñido o grito?, diría que está entre las dos; de aquella bestia que se acercaba hacia mi. Yo era el último con vida, el amanecer estaba próximo y mi esperanza de sobrevivir crecía a medida que pasaban los segundos.
Al pasar el alambrado que dividía la zona militar del pueblo me sentí a salvo pero fue en ese momento cuando le vi claramente. No sabía de que huía pero si que ocurriría si no alcanzaba a escapar.
Del trigal salto sigilosamente una criatura apenas descriptible que me observaba con odio; parecía un hombre malformado, un cuasimodo,  un ser de las tinieblas torturado por años y obligado a comer carne humana. Pálido, de ojos grises, brazos largos y delgados, sus orejas mutiladas y su cara llena de cicatrices, la boca de la bestia se asemejaba a un hocico de perro y encorvaba su cuerpo como asechando una presa.
La bestia se lanzo sobre mí mientras el sol despertaba, creí que la luz le mataría como en las películas de vampiros pero no fue así, mordió mi hombro derecho desgarrándolo por completo. Tres disparos se escucharon como trompetas anunciando a un ángel y el engendro calló muerto a mi lado………..
-Otra vez el viejo con sus historias- dijo un hombre alto y de acento extranjero.
-Me conoces mejor que mi propia madre. ¿Qué te trae a este remoto lugar, y a esta cantina para ser especifico?-
-Pronto tendrás que partir y aún no has dejado quien remplace tu importante labor-
-La cantina quedará con esta hermosa mujer, la que se encuentra en la mesa del lado-
-No me refiero a eso, sabes que deseo tu lugar pero ya estoy tan viejo como tú y no creo sobrevivir a la guerra que está a punto de iniciar, necesitamos a un joven tal como lo fuimos tú y yo. Traje  a un muchacho apto para que lo eduques, realmente es talentoso-
-¿Y dónde está ese muchacho?, espero que no sea el hijo de…-
-Lo es, pero no es igual a su padre. Tienes que darle una oportunidad-
-No quiero tener nada que ver con Charles y mucho menos con su esposa María-
-Juan, ellos murieron ayer, los asesinó la republica, y también se llevaron al 355-
Los dos viejos guardaron silencio, en la cantina nadie parecía escucharlos hablar, a excepción de la hermosa Carla que prestaba atención a sus palabras e intentaba opinar desde hacía ya un buen rato.
-Yo puedo guiar al joven si es necesario- Dijo la chica inoportunamente.
En ese momento Juan le miró con  desagrado y asintió con la cabeza.
-Está bien, confiaré en tu juicio, pero aclaro que si el muchacho se desvía del camino igual que su padre le mataré inmediatamente. ¿Has entendido?- dijo el viejo Juan a punto de enfurecer.
-La indicación sobra, traeré al joven en la mañana. Ha sido un placer-
-Hasta mañana, y Julio, después de mañana hazme un favor-
-¿Cuál?-
 -No vuelvas- dijo el viejo con un alto grado de severidad.
Carla sin entender que ocurría se acercó a su tío Juan con gran inocencia en su mirada y preguntó humildemente por el error que había cometido al hablar pero el viejo no le contesto, llamó la atención de los clientes, que en su mayor parte se encontraban ya ebrios y continuó el relato.

El joven apareció solo al día siguiente con la mirada alta y el rostro blanco del frío, golpeó la puerta del bar y esperó parado casi treinta minutos hasta que al fin alguien abrió la puerta.
Era una mujer de ojos claros y corta edad, pelo rojo y largo, y aunque estaba cubierta por un enorme saco, se podía notar la belleza de su cuerpo, y ni hablar de su rostro.
-Busco al viejo Juan- dijo el joven apenado -Julio me ha dicho que el me dará hospedaje por un tiempo, mientras me estabilizo económicamente-
-Claro, pasa. Me llamo Carla ¿y tú?-
-Pedro-




II
En un país no muy lejano ya se vivían los inicios del enfrentamiento armado más caótico de la historia. La población civil buscaba protección por medios aledaños a las autoridades militares del país, ya que el gobierno exterminaba todo tipo de oposición. La población recurría a la ayuda de la mafia local para mantenerse a salvo, pero esto agravó la situación generando una guerra civil.
La guerra llevaba seis meses y aún no daba pie a un fin. Las calles repletas de cadáveres en putrefacción, los pequeños poblados vacios y las tropas regadas en las ciudades generando cortinas de humo, plomo y lagrimas.
Un hombre, de estatura promedio y ojos rojos por el reflejo del dolor sobre el suelo, se adentraba en la ciudad capital junto a un grupo de soldados. Recorrían entre disparos y estallidos las paredes destruidas. Al llegar al centro dos hombres cayeron y una explosión cubrió el lugar haciendo imposible el avance.
La noche se asentó sobre el desteñido paisaje y los nervios del hombre incrementaron, los militares cesaron el fuego y al instante  desaparecieron de lugar.
-Comandante, tenemos que buscar refugio- dijo un subordinado al hombre de pelo castaño y ojos rojos.
La tropa se había reducido a tres personas.
Con un gesto el hombre le señaló una camioneta en la cual pasaron la noche bajo el temor que produce la muerte. Los gritos de dolor y de terror se hacían cada vez más intensos y las bestias revoloteando de aquí para allá acabaron con la calma de los soldados, pero solo se hizo evidente los agitados latidos de los hombres en el momento en que la ciudad llego a un silencio absoluto. No se escuchó brisa alguna ni un solo movimiento, el olor tibio de la sangre derribó la esperanza del muchacho enrique, y entre un canto desesperado y fúnebre aceptó la muerte disparándose en la cabeza.
-¡Corre!- dijo el Comandante Johann -Nos veremos aquí en cuanto amanezca-
Johann corrió hacia el siguiente coche, no paso mucho tiempo y las bestias ya estaban rondando la camioneta. Eran pálidos, como mártires, seres destinados a la esclavitud; ojos negros, hocico de perro y cuerpo humano, sin cabello y sin alma, maquinas asesinas, un arma eficiente y sutil.

A la mañana siguiente su compañero no apareció así que continuó con su camino. Una vez llegó al palacio de justicia descendió por un túnel y abriendo fuego alcanzó su objetivo el laboratorio k-3.




III
“Es la muerte quien nos recuerda que estamos solos; los demás son seres individuales que van camino a su fin. Nadie es eterno para nadie, y es la vida el camino a la muerte. No lucho por un mejor futuro para la humanidad, soy un guerrero porque es el camino que elegí, mi manera de esperar a la muerte.
A veces no sé si quiero a las demás personas o si solo busco mi propio reflejo en ellas. Pero esto ahora no importa.”
Johann no comprendía como se le podía llamar laboratorio a tan hostil lugar, mejor sería llamarle cárcel experimental o cámara de torturas y experimentaciones. Las bestias de la noche anterior se encontraban encerradas en pequeñas celdas, y clasificadas por especie y estatura. El lugar estaba vacio, ignorando la presencia de las bestias, por lo cual el hombre encendió las luces con toda confianza. Las bestias afectadas por los fotones emergentes de las lámparas tomaron forma humana y empezaron a quejarse.
-¡Sáquenme de aquí!- grito uno de los presos que parecía estar menos afectado por la mutación que el resto.
Los demás solo se quejaban de hambre, dolor y miedo; miedo de ser consientes de su situación.
En un acto de estupidez y misericordia, Johan liberó a los presos y así reprimió su sentimiento de culpa. Siguió con su camino  hasta llegar a un cuarto al cual entró apuntando con su rifle, adentro se encontraba una mujer drogada tirada en una cama, una cinta apretaba su brazo y una jeringa acompañaba su miseria desde el piso.  A un costado de la cama divisó un folio marcado así: Investigación del 355. Lo tomó y se marchó de las instalaciones.
Al salir se dio cuenta del error que había cometido, las personas que había liberado eran nuevamente bestias. Acababan con todo a su alrededor, masacrando tanto militares como civiles refugiados bajo los puentes; intentaban gritar de ira pero sus rostros mutados no lo permitían.
-No se es comandante si no se tiene una tropa a la cual comandar- dijo Johann en voz baja mientras corría de una calle a otra intentando pasar desapercibido, lo cual no funcionó. Las bestias notaron inmediatamente su presencia pero en vez de atacarle solo le miraron con distancia. Johann comprendió esto como un gesto de gratitud, luego desapareció entre los escombros de la alguna vez hermosa ciudad de Bogotá.


IV
Al norte del continente, casi llegando al círculo polar ártico, había una pequeña base militar. Digo había porque ya no la hay, bueno no la misma de la que les hablo.
No era nada secreta, de hecho resaltaba a la vista con sus coloridas paredes de poca altura y los misiles que custodiaban la base. Lo más curioso era que los misiles no apuntaban hacia afuera sino todo lo contrario.
Desde la ojiva del misil del extremo izquierdo se observaba  la puerta de entrada, adornada con un gran letrero en inglés que decía algo así como “seguridad mundial”. Pasando por la puerta en las primeras escaleras de bajada había otro letrero aún más jocoso, también en inglés; este decía “peligro mundial”, y más adelante un anuncio corriente en otra puerta. Escrito en el mismo idioma de los letreros anteriores, pero este sin nada cómico.
“Sala de juntas”  se veía sobre la puerta que era atravesada por tres hombres a la vez.
Los aparentes humanos al ingresar a la sala tomaron asiento, adentro se encontraba otra persona de mucha más edad.
-Bienvenidos sean mis queridos amigos- dijo el hombre más viejo de la sala.
Los demás asintieron con la cabeza, y dirigiéndose directamente al tema de reunión el más joven habló, puesto que era el único que entendía español.
-¿Cuánto?- preguntó el joven.
-No está a la venta- respondió el viejo.
-Solo ponga un precio y evitemos los problemas- dijo el muchacho con su pobre pronunciación y con mucha soberbia –Desde que está en las manos de tu corporación el tercer Ángel solo ha causado problemas. Las naciones unidas esperan respuesta adecuada-
-Y la tendrán- dijo el anciano –Nuestros experimentos ya han dado fruto-
-¿Cómo en Colombia?, ¿o mejor que en Uruguay?-
-Si, y tus sarcasmos no son agradables. Logramos aislar la conducta agresiva en los canes, y pronto podremos experimentar con humanos-
-¡Oh, que bueno!- exclamó el joven con una falsa alegría    -Yo había oído que tu Ángel estaba muriendo de cáncer, algo que es desde todo punto de vista falso, ya que es un Ángel genuino. ¡Enviado por el mismo Dios a la tierra!, para salvar nuestras almas y castigar a los malvados. ¿O no? ¿Qué le ocultas al mundo Jimmy? ¿Qué diantres son esas criaturas que Víctor Stalin descubrió hace veinte años en Sudamérica y que llamó Ángeles?-
-Suramérica- Corrigió una voz extra que apenas se alcazaba a oír.
Se trataba de Juan Martínez,  un almirante de guerra retirado dueño de un bar en la Paz, Bolivia.
-Francesc, Jimmy- Saludó el recién llegado al joven y al viejo respectivamente.
-¿Cómo sabes quien soy y quién eres tú?- dijo al joven indignado.
-Simple deducción, te pareces mucho a tu madre. Eres muy obstinado. Deserta o trabaja con nosotros, de lo contrario no te servirá para nada mi nombre ni podrás resolver tus dudas sobre los Ángeles.-
-Pero….-
-Piénsalo, mientras vuelas rumbo a casa- ordenó el otro viejo con tono soberbio mirando fijamente al muchacho.
Francesc Guisset se retiró de la base militar con sus hombres y regreso a casa en un pequeño helicóptero, sin saber que mas adelante tendría que volver al polo norte para así salvar su vida y el mundo.
El viejo Juan y Jimmy el incognito siguieron hablando; la llamaban el “Incognito” porque nadie conocía su apellido; hablaron de todo, de la vida, el amor, el futuro y los nietos, aunque Juan no tenía hijos.
-He venido a anunciar que ya encontré mi remplazo- concluyó el héroe de guerra y deshonroso hombre carcomido por los años y revestido en experiencia con capa, pistola y gorra.

Lejos de allí, envuelto en la ira de ver su país  en llamas, un hombre de ojos rojos sobrevolaba la capital de Bolivia.

V
En el bar del viejo Juan las cosas marchaban de maravilla.
El bar era visitado como nunca antes gracias a los excelentes gustos musicales del joven argentino, y a su capacidad de atraer clientes la cantina.
Mientras Carla atendía las mesas, Pedro reproducía la música, bebía cerveza y coqueteaba con algunas de las clientas pero sin dejar de mirar a una chica que para él era especial, una de delicada piel y rojos cabellos.
Los fines de semana el muchacho salía a bailar y luego tenía sexo con la conquista de la noche, no era una vida muy plena pero le mantenía distraído de aquello que aún no aceptaba. No se trataba solo de la muerte de sus padres, algo más ocultaba, un secreto tan obscuro que si fuese revelado la soledad le rodearía de inmediato.
Durante la semana se sentaba a meditar junto a su bella amiga y luego buscaba entablar una conversación con ella lo cual le costó mucho. El día en que por fin pudo hablar con Carla, de frente a frente, fue el mismo en que el anciano regresó de su viaje. Un día que nunca olvidó.
Carla se acercó a él sensualmente como siempre; bueno, ella siempre era muy sensual, al caminar, al hablar…; sonrió y le invitó a salir. A salir a caminar, por un sendero nunca antes visto, pero si transitado.
Caminaron hacia el sur hasta llegar a una quebrada fuera de la ciudad y al cruzarla el camino se dividió en dos, uno entre rocas y otro un túnel rodeado de maleza. Se separaron y cada cual tomó un camino.
Carla eligió el izquierdo y avanzó sin miedo. Después de que pasaron los primeros treinta minutos empezó a preocuparse.
-Este camino no lleva a ningún lado- gritó, esperando ser escuchada por el muchacho.
Las rocas a su alrededor estaban rodeadas por raíces musgosas y con espinas, treparlas era imposible, además de la altura que poseían las rocas. Parecía abandonada a su suerte, solo poseía dos opciones seguir, o volver.
No sabía a donde iba pero esperaba encontrase con Pedro al terminar su recorrido. Resbaló y así notó que estaba pisando pétalos de rosa, el camino se había tornado de color amarillo, el mismo amarillo seco de los pelos de su padre.
Años atrás su padre le había abandonado a los cinco años, o ella lo sintió así. Una investigación lo llevó a tomar una decisión, la ciencia o la familia. Nunca volvió. Dos años después de su partida una carta llegó a casa, donde vivían ella y una tía política, diciendo:
“Señorita Carla Martínez,
Es para mi una pena tener que informarle de lo ocurrido pero nadie mas puede hacerlo.
El pasado martes el centro militar de experimentación en el cual trabajaba tu padre sufrió de un ataque armado del cual no puedo dar detalles, y con toda lastima le informo que el biólogo Roberto Martínez murió en atentado junto con todos sus compañeros de trabajo.
Por otro lado no quiero ser imprudente con la situación pero es también mi deber informarle que tu tío el teniente Juan Martínez se encuentra bajo tratamiento, el ha sido el único sobreviviente durante el ataque.
Mis condolencias
ATT: Comandante Johann Restrepo Pérez”

Recobró la cordura y reemprendió marcha sobre las rosas amarillas que formaban puentes entre los muros de piedra.
Ahora caminaba sin motivo y sus bellos ojos miraban el suelo, de este modo chocó con el joven Pedro que venía igual de distraído. Se miraron a los ojos detenidamente y sin darse cuanta acabaron besándose, besándose por horas y horas,  parados en el punto en que se unían los dos caminos. Él era más alto que ella y tenía mucho más que contar sobre el camino que eligió.
Solo pararon el beso cuando el sol terminó de caer. La oscuridad los rodeó casi por completo, media luna les alumbraba el sendero.
De la nada apareció Juan, el viejo, con su gran linterna, los sobrepasó y dio media vuelta.
-¿Qué esperan?- dijo mas serio que nunca -Hoy vamos a visitar nuestro  pasado-.

El sendero se hacía eterno, la niebla cubría todo lo existente, una luz guiaba el grupo, y un perro aulló.
VI
Llegaron a una finca de concreto, vieja y olvidada. Adentro una bestia gemía ¿cómo podría llamarlo?, ¿gruñido,  grito, llanto? Quizá sea mejor olvidarlo. Fue entonces cuando Pedro lo vio. Se adentró en la cabaña con la linterna del anciano y tras los barrotes que partían el recinto en dos observó una criatura vieja y malformada, similar a un humano. Orejas mutiladas y ojos grises sin vida, se agarraba de los barrotes como pidiendo perdón mientras golpeaba su cabeza contra estos.
Intentó alcanzar al joven con su mano pero el codo se lo hizo imposible al atorarse en las varas hierro. La linterna apuntaba al pecho del monstruo, en el había un numero impreso como marca de ganado, 354.
Juan entró sin discreción alguna, sus pasos retumbaron en los barrotes. Se dirigió al chico mirándole a los ojos fijamente. Le miraba con odio, con rencor como si él fuese culpable de algún crimen.
-Pedro- dijo el viejo con voz ronca –Te presento a mi hermano Roberto, o mejor al accidente experimental 354-
No era solo la oscuridad la razón por la cual el muchacho no podía ver el rostro de Juan; tenía miedo, pero, ¿miedo de qué? De seguro no le asustaba la bestia.
Tres meses atrás, Julio, le advirtió del viejo Juan, “tendrás que matarle” dijo Julio, “cuando sea el momento mátale”.


VII
-¡Al fin!, así que esta es la taberna que montó el viejo Juan-dijo un hombre sediento de venganza, de tés pálida, y ojos rojos como la sangre.
Abrió la puerta de un golpe y se sentó cómodamente en la mesa del fondo donde no llegaba la luz. Encendió un cigarrillo y vacío su cantimplora sobre la mesa, el olor a licor se propagó por el aire rápidamente dando una sensación de ebriedad al lugar.
Juan y Pedro llegaron poco tiempo después, encontrando a este hombre en la oscuridad esperando la muerte, quizá no la suya, pero estaba seguro que tal figura tan magnifica aparecería esa noche.  El viejo Juan intento tomar la pistola que guardaba en su pecho, bajo la chaqueta, en un extraño bolsillo de la camisa, pero el hombre del rincón disparó al aire para evitar un enfrentamiento.
-Primero quiero hablar- dijo Johann –Me daré el lujo de escucharte pidiéndole perdón a tu sobrina. Además tengo preguntas que hacer-
Pedro estaba inquietado, así que se alejó del viejo y tomó una posición neutral. “Este pibe me ahorrará el trabajo”.
-Mi sobrina no está-
-Sé que es de paso lento, ya llegará. No tengo prisa-
-Bueno Johann, ¿qué deseas saber?-
-¿Quién tomó el 354, y el 355 hace 15 años? Llevo todo este tiempo tratando de enmendar un error, y todas las pruebas me conducen a ti. Bien, quizá ya sea tarde para evitar el poderío d la republica, pero no para saldar deudas con un traidor-
-El 354 era mi hermano y está a las afueras de esta ciudad, lo he cuidado no como un fracaso  sino como un humano-
-¡Mientes!-
-El 355 los tenían los Cortez-
-¿Solo un experimento?, ¿por el bien de la humanidad?, el último intento de crear un ángel llevaba el nombre de una niña de piel trigueña

Espejo en movimiento

Una luz nace y crece en el sur,
Brilla con mayor intensidad que Dios,
Libra de miedo, hace de virtud
A un ser chiflado atado a su temor.
De su mano cuelga una cadena,
Sus ojos siguen aquella bella luz
Que marcha por los campos de avena,
Infinitamente libres del sur.

Y ¿Qué será de mí?
Si se extingue la luz
¿Quién podrá brillar?
Con tanta virtud

La luz no tiene nombre
Y no sabe cuanto brilla,
Quien puede verla es solo un hombre
Que vive atado a su propia pesadilla.
Se refleja en los estanques
Pero ella no lo nota,
Quizá no tenga vida
Ni exista en lo salvaje.

Y ¿Qué será de mí?
Si no existe tal luz
¿Quién brillará así?
Con tanta virtud

A lo largo en el sur
Se extiende un gran espejo
Que se mueve velozmente 
Reflejando a un hombre viejo.

Ensayando

Aún no me acostumbraba a la ciudad después de haber vivido en ella una eternidad.
En aquellos tiempos solo me preocupaba por abarcar lo conocido y desconocer el resto de lo existente, incluso llegué a considerar este mundo como la única realidad razonable y con vida.
Recuerdo bien el día en que cambie de opinión. Fue una tarde tormentosa.
Por alguna razón me encontraba en la estación Niquía del metro de Medellín y me dirigía a mi casa.
Subí rápidamente al segundo vagón del tren cuando éste apenas se detenía. El vagón estaba vacío pero no tardó en llenarse.
Tal como se llenaba el vagón se mezclaban los diferentes olores de las personas que se encontraban adentro, creando así un perfume exquisito al que yo denominaría como “perfume humano”, una verdadera obra de arte.
La armonía de silencios y aromas pasó desapercibida por mi ser hasta un instante antes de que fuera rota por una joven que entraba de la estación Bello; ella era delgada y de curvas delicadamente definidas, de cabello castaño y ojos azules más bellos que el tranquilo cielo.
No recuerdo su olor, pero sé que su aroma me cautivó al instante. Yo me encontraba de pie en ese momento y ella al otro lado del vagón. Solo deseaba estar a su lado y abrazarla, pero lo consideré imposible y me lo negué con la cabeza.
El tren no se volvió a detener, o al menos yo no recuerdo. Entonces pude volver a sentir la armonía; la gente no se irritaba porque el tren no paraba, parecían hacer parte del trance en el que me encontraba.
Oí a alguien riendo pero no vi a nadie que lo hiciera, y a muchos hablar, pero solo era una ilusión. Intenté concentrarme y logré ver  que el vagón se había detenido en pleno camino y estaba separado del resto del tren. La gente celebraba y conversaban entre todos sin timidez ni miedos, sabía qua era falso pero decidí quedarme allí.
La chica no tardó en acercárseme para  pedirme que me integrara y calculé que teníamos la misma edad; luego me aventuré a hablar con ella.
La fiesta continuó suave con música de Sui Generis, que todo el mundo parecía conocer.
En un momento me acerqué a la chica y decidí besarla; ella no se opuso y el beso continuó hasta que nuestros labios se fundieron y la excitación, nos llevó a un orgasmo de besos; fue allí cuando desperté de la ilusión; me encontraba en un asiento y la chica estaba dormida a mi lado apoyando su cabeza contra mi hombro.
Me observé reflejada en la ventana de los asientos del frente y quedé sorprendida, me encontraba despeinada y tenía marcas de labial en la cara.
Decidí pararme con delicadeza para no despertar a la chica; me organicé la falda y bajé del tren en la estación que seguía.
No recuerdo como terminé de llegar a mi casa, pero me gusta suponer que subí a un taxi para no inventar otra historia

Cuando maté al ángel

Tenía su cuello en mis manos. Con mi mano izquierda agarré fuertemente su nuca y con la derecha desprendí su tráquea.
No alcanzó a gritar, movió bruscamente sus brazos y sus alas como intentando evitar su muerte; el sol que empezaba a salir, quedó inmóvil, luego se escondió.  Los sabios no decían absolutamente nada; formaban un círculo que me encerraba  y esas grandes túnicas grises enloquecían mi olfato. También se percibía el olor a sangre pero este no me molestaba, de hecho me producía placer. No hay más placer que el terror que sentía en el instante, no hay mayor terror que aquel placer.

Contra la roca

Era una noche oscura y fría de luna nueva en la cuidad.
El Comandante de la policía conducía con rumbo a un hotel donde creía que iba a terminar su largo y dificultoso trabajo.
Un Nissan Centra gris se divisaba a toda velocidad por la carretera principal de la cuidad. El carro, viejo y acabado, liberaba unas pequeñas gotas de aceite gracias a un tiro de pistola que había impactado contra el automóvil algunas horas atrás. En  la parte exterior del auto se veían un gran numero de realces, rayones y golpes  causados por sus años de servicio al Comandante Hernández persiguiendo delincuentes por las calles de la cuidad; las cuales le habían subido el ego a este policía al punto de creerse un súper héroe, pero este nuevo criminal lo desquiciaba.
Dentro del auto reinaba tal silencio que hasta el yogui mas exigente podría meditar allí. Las ventanas cerradas, la radio apagada, y el Comandante perdido en su propio pensamiento.
Por la mente del hombre divagaban una gran cantidad de recuerdos, como la reciente muerte de su hermano en manos del homicida que ahora buscaba y los graves problemas que se vivían en su casa desencadenados por su obsesión sangrienta con el criminal.
-  ¿Es mi culpa, o no la es? – 
-  Claro que lo es -  Respondió alguien en su mente.
-  Estas obrando tal como el asesino quiere que obres – dijo la voz desvaneciéndose en su cabeza.
La mente inquieta del comandante avanzaba por una ruta diferente a la del carro, lo que le impedía concentrarse en el ahora para así darse cuenta que se dirigía a una trampa.
Una luz intensa proveniente de un farol cegó al policía y le recordó la fecha.
- 8 de diciembre, 8 de diciembre, 8 DE DICIEMBRE – resonaba en su mente.
Observó su reloj de mano que la mostraba las once de la noche, se agito su pelo color rojo, prendió un cigarrillo y sacó del bolsillo interno de su chaqueta de gala una vieja carta que había encontrado el día anterior sobre el cadáver de otra victima del asesino.  Desarrugo la hoja y se dispuso a leerla.
Querido Comandante Hernández,
Le escribo cordialmente  para comentarle que el día 8 de este mes, en otras palabras mañana, mataré  al numero 25 de mi lista, la cual le hice llegar hace unos cuantos días, en el Gran Hotel, con mis propias manos; y disculpe por el exceso de aclaraciones en mi carta; a las 11:30 pm en una habitación del noveno piso.
Si quiere detenerme suba por la torre dos, y si confía en mí que no creo. De lo contrario suba a la otra torre y me vera matar a un pobre e indefenso humano en vivo y en directo desde un balcón de mi improvisado escenario.
Espero que asista a mi debut estelar, allí le espero.”
Hernández se sintió impotente y maldijo al asesino, no había podido hacer nada para detenerlo, aun siguiendo las indicaciones  del criminal al pie de la letra fallaba por cuestión de segundos.
Esta vez tenía más tiempo y no estaba dispuesto a fallar.

Cuando el auto pasó cerca del viejo y abandonado Edificio Gate el comandante recupero el control de su mente y sintió la necesidad de parar allí. Su sobrino había desaparecido, y el amaba ese edificio, tal vez podría encontrarlo allí; pero su arrogancia  era su codena, y lo sería; pensó que  primero debía ser un héroe y luego le dedicaría tiempo a su familia; se había dejado levar por su ego, tal como el asesino quería. Y este error le costaría la vida.
El Nissan siguió con rumbo al Gran Hotel, que ahora estaba a unas pocas cuadras. Mientras tanto en el hotel, un hombre joven, alto y zarco observaba su reloj; vestía un camisón azul, jeans, botas y una enorme gabardina que lo cubría completamente. Su pelo mono y largo, y su rostro amable lo hacia ver como un universitario alocado común, nadie creería de el un asesino.
El personaje se dirijo al ascensor de la torre 2 sin pasar por la recepción, y no se detuvo hasta llagar a este, se acercó al carro de los postres tomó una servilleta y un bocadillo. Al terminar el bocadillo dejo la servilleta sobre la mesa, tomo otra y se dirigió a la torre 1.
Desde lejos el hotel se podía observar  como dos torres de once pisos simétricamente iguales separadas por una plazoleta de piedra y detrás de ella una gigantesca piscina decorativa, al frente se veía un “Estar” techado que unía las dodos torres como si fueran un “U” en alto relieve. En el Estar se encontraban las entradas a las dos torres con un mini Estar cada una, la recepción general y una sala de espera y visitas decoradas con estatuas e mármol y fuentes que demostraban la calidad del hotel.
El asesino bajó de la torre 1 justo en el momento en que el Comandante Hernández llegaba al hotel; ambos se dirigieron a la torre 2 y al encontrarse el asesino lo  saludó amablemente como a cualquier otra persona y subió a ascensor. El Comandante no se percato de lo ocurrido  y tomó un bocadillo de la mesa de postres, y después e devorarlo tomo una servilleta. Al limpiarse se dio cuenta de que en la servilleta había un mensaje.
“Felicidades Comandante, me has seguido correctamente la pista”
“Posdata: confía en mi“
El viejo policía pensó rápidamente, y en un acto de desconfianza se dirigió a la torre 1, tomó su radioteléfono y pidió unos refuerzos que nunca llegaron. Subió a la torre y se bajó del ascensor en el noveno piso, dirigió su atención en una puerta que estaba abierta, de la que emanaba una pequeña luz que provenía de la ventana de la habitación y camino hasta allí.


-  Toc, toc – dijo el asesino de una manera muy graciosa.
-  ¿Quién es?– Respondieron riendo del otro lado.
-  Servicio a la habitación –
Una mujer abrió la puerta y saludo efusivamente, y a penas pudo el asesino la golpeo en el cuello dejándola inconsciente. Se desplazó al cuarto del niño Daniel y le encontró dormido en una cama, lo saludo y le sentó cuidadosamente.
-  Yo lo he visto a usted en mis sueños – dijo el niño.
-  ¿Eres tú quien viene a matarme? –
-  Si niño, y lo lamento –
El asesino miro con dolor al niño, pero su demencia era tan fuerte  que la posibilidad de parar se volvió inaudible; se miró a si mismo  y le dijo al niño:
-  Chico, la muerte no es el fin solo es otro comienzo –
-  Ayer tuve dos sueños, en uno me matabas y en el otro no –
Los ojos tiernos del niño desgarraban el corazón de este hombre, que ya había echo mucho daño y que ya no podía arrepentirse, solo podía seguir.

Al entrar a la habitación Hernández encontró una servilleta tirada en el piso; el ya sabía que significaba. El tiempo se le detuvo y empezó a sentir que todo su cuerpo se caía. Al frente en el noveno piso de la otra torre se encontraba el asesino con el niño en sus brazos, arrullándolo como si fuese su hijo. El policía le disparo al criminal, pero no consiguió darle, luego este dejó caer al niño sobre la plazoleta de roca.
 






Cuento aún sin titulo y sin final

Estaba sentado en el muelle, el único muelle del pueblo, observando el amanecer sobre el mar junto a la mujer de mi vida. Después de ella no hubo más.
Mi pueblo era pequeño, y aunque situado en la costa no parecía un pueblo costero.  Cuatro grandes casas, una tienda y el colegio rodeaban el parque central, en donde había un árbol de mangos de tamaño descomunal. Según mi abuelo  el árbol lo sembró su padre encima de la tumba de su madre, la madre del padre de mi abuelo, cuando tenía siete años, y por ello el árbol recibía el nombre de “La gran mama” y era la marca de mi familia en el pueblo.
Sin embargo todos en el pueblo le decían el palo de mangos con total naturalidad, a pesar de que conocían bien la historia. “Don Fernando” o “Don Fercho”, mi abuelo, se mantenía ebrio, cuando estaba vivo, junto al árbol y siempre  contaba la historia. Tenía tres versiones de la misma; yo me sé las tres, y si siguen leyendo podrán conocerlas; una la contaba a los turistas, otra a los niños, y la otra era la verdadera, o eso pienso yo.
Del parque salían diez calles con diez casas a lado y lado,  a mi parecer muy simétrico, pero todas las casas eran distintas. Algunas de ellas abrían las puertas al revés, otras eran custodiadas por una virgen a la entrada, y otras, como la mía, tenían ventanas de madera gigantescas siempre abiertas, para allí recibir algunas visitas, las de poca confianza.
Eran de tipo colonial, construidas por la misma persona, amplias por dentro y hermosas por fuera. Cada casa era una obra de arte, a excepción de la casa de Juan Burro y la del Cofla, éstas rompían la regla. ¡Ah!, Olvidaba también el colegio, ese lo construyó la secretaría departamental, y hacía parte del “estilo metro” de la ciudad de Medellín, o sea “moderno”.
Recuerdo que cuando yo estudiaba allí  traían profesores distintos cada año, o cada seis meses, o como la clase de ingles cada dos meses. Por esto conozco muchos académicos, y gran variedad de gustos por la literatura. Pero hubo una profesora  que si me dio clases durante toda la vida; bueno no toda, solo de quinto de primaria hasta el grado once, pero a mi edad eso es toda una vida; era la de ciencias naturales, química, física, y deportes. A veces nos daba español y sociales, cuando faltaba algún profesor, lo que significaba verla todo el día. Se llamaba Elizabeth Parker  y era de la USA, nosotros, los estudiantes, le decíamos Dora o Martica, yo cuando me encontraba solo con ella la llamaba “Señorita Elizabeth”, y siempre que le decía así se sonrojaba. Creo que yo le agradaba demasiado, más de lo normal, más que un simple estudiante o amigo, bueno, ya me comprenderán;  sin embargo ella se tomaba con seriedad su papel como educadora joven y soltera. Alguna vez llegó a decirme que se casaría conmigo cuando yo cumpliera veinte o con un negro musculoso y bien dotado.  Aún siento que todo ocurrió ayer, a pesar de que ya han pasado quince largos años y la muerte me espera al salir en la puerta de está casa, que no es mi casa, igual que quince largos años atrás, cuando me esperaba al entrar en la puerta de mi casa. En aquella ocasión logre escapar, y aún lo hago, saliendo por la ventanas; pero sé que un día tendré que salir por la puerta.

Mi abuelo paterno también era muy reconocido, ya que él y su padre (ambos se llamaban Roberto) construyeron el pueblo entero, ambos eran obreros, albañiles, electricistas, arquitectos, marineros, pintores y músicos. Poco conversadores, de hecho nunca hablaban, se pasaban las tardes juagando ajedrez  y tomando whisky, después de haber ido de pesca en la madrugada y reparado mitad de los daños ocasionados  por ratas, niños, tormentas y comején en el pueblo. Ambos también eran fumadores, y sanos, que es lo contradictorio.
Murieron en el mar cuando yo acababa de nacer, algo que olvide mencionar es que peleaban por quién tomaba el timón. Pero igual no se sabe como murieron, solo que nunca regresaron; es más no se supo nunca si realmente murieron en altamar. El último día que se les vio dijeron que atraparían a “el gran capucho”, un pargo rojo de dieciséis metros de largo que según mi otro abuelo fue visto por unos indígenas la noche anterior; pero a mi abuelo no se le puede creer nada, también dijo que él los habían visto en altamar peleando contra el enorme pez ocho años después de su partida, “Para atrapar a un pez que no es de este mundo es necesario morir para no pertenecer a este mundo. En cuanto tus abuelos lo atrapen volverán”. Lo que yo no me explico es como van a hacer para volver a la vida, ¡Ay! Si mi viejo Don Fercho estuviese vivo inventaría una historia para que fuera posible, no sería real pero si entretenido, y más que eso, lo bello es el romanticismo que rondaba a las historias de mi abuelo.
Igual de romántico como el pueblo, con personajes únicos como el Cofla y su bigote encrespado y en puntas, rojo y negro.
La calle principal pasaba de un extremo a otro  rodeando el parque, del lado oeste la calle se extendía en una carretera para ir a las fincas ganaderas y a la loma del cielo, donde se realizaban las peleas de gallos mas importantes de la región. Y hacia el este la calle llegaba al muelle, el cual siempre estaba plagado de hormigas, pero no aquel amanecer, ya que las hormigas del muelle no madrugan.
La chica de la que les comente al principio, era turista, turista aunque llevaba cinco meses de vacaciones en El Paraíso, así se llama el pueblo, y según ella era un pueblo fantasma ya que no aparece en ningún mapa, y en ese entonces no lo era.
Yo era su guía. Le enseñé todos los lugares que debía conocer y luego los que a mi me gustaban, como la poza sin nombre, que estaba en medio de la selva, y mi favorito, la playa nudista. Mi favorita porque era privada, solo mi abuelo y yo sabíamos como llegar, y según él esa playa era mi herencia. Una hermosa bahía donde nunca llegan las olas, rodeada por dos riscos de piedra con más setenta metros de altura, y sobre ella la selva virgen. Solo había una forma de entrar. Por el mar era imposible porque la playa que se encontraba antes de ésta era un deshuesadero, allí si había un fuerte oleaje, nadar en esa playa era la forma mas segura de encontrar la muerte. Y al frente de mi espectacular bahía nudista había un arrecife de coral casi en la superficie; ningún bote podía pasar. De todos modos no les diré como entrar, es mi secreto.

Fue en esta playa en la que pase la noche antes del amanecer con ella. La llevé hasta allí con los ojos vendados cuando se acercaba el atardecer, y sin mentirles es la playa mas bonita que existe en el planeta entero. La convencí de quedarse allí en la noche, mi excusa era ver el plancton, que en la noche alumbra al contacto. Para mi era una estupidez, pero para una mujer ha de ser bello, creo que se sienten sirenas cuando las rodea el plancton. Y después del asombro viene la parte en que se creen malas y  se encargan de devorarte  como pirañas en cuestión de segundos, luego reaccionan  y el acto sexual continúa lento.
Jamás describo a una mujer vestida, así que tuve que contarles todo lo anterior para poder describirla.
Tenía el pelo corto y negro, ojos oscuros como los míos. Alta y delicada, cintura chica y grandes caderas, piernas gruesas pero no en exageración, delgada y pechos proporcionados. Tenía la tez blanca y la piel suave como la seda, pies y manos pequeños, pezones rosados y una poco opacos como sus labios, y ambos igual de fríos para mi suerte, que me encanta y me excita. Su sonrisa sola pudo haberme elevado al éxtasis, su rostro francés como su madre, la nariz pulida y su sexo casi indescriptible, aunque estando bajo el agua no lo vi muy bien. Unas cuantas pecas cubrían sus mejillas enrojecidas,  además de sus hombros y sus pechos, pero eran pecas claras y poco abundantes, hacían el papel de decorar su cuerpo.
Toda la noche sonrió, antes de hacerlo, cuando lo hacíamos, y después de hacerlo. Pero creo que sonrió más cuando lo hacíamos y nuestros cuerpos eran iluminados por millones de lucecitas verdes bajo el agua. Su nombre era, o mejor dicho es, Sara. Siempre me alegó que se escribía con una hache al final, Sarah, pero yo lo escribiré durante toda mi vida sin la inútil hache, que solo embellece la apariencia estética del nombre. Sarah y Sara se pronuncia igual.
Yo quise  contarle a ella la historia del árbol. Mi viejo se me adelantó en eso, una noche, creo que la primera de la chica en el pueblo, “el cucho” (mi abuelo) se acercó a ella, estaba ebrio, y le dijo:
-¿Ves este árbol de mangos?- la voz de mi abuelo tenía la capacidad de fascinar a cualquier persona y sentarlo a escuchar sus historias –Este no es un árbol cualquiera, no es solo un árbol de mangos. Es una mujer que después de morir volvió a tomar vida en forma de vegetal para así poder ver crecer a su hijo-
Yo no estaba allí, pero mi abuelo siempre empieza así la historia cuando se trata de un turista. Bueno y aprovecho para contarle la primera versión, así que aquí les va:
“Veo que tú eres joven, un aventurero. Osado y valiente.
Dos generaciones antes que tú nacieras, en este pueblo ocurrió una gran tragedia.  Era un jueves por la mañana, o quizá era un martes, en que el niño Octavio Restrepo salía a pescar con su padre en mar abierto. Y que mañana mas bella era aquella, el mar se encontraba manso y cristalino perfecto para traer el almuerzo a la casa, como era la costumbre en ese tiempo.
Fue ese un día bello con malas sorpresas. El pequeño Octavio dejó su caña de pescar acuñada con una tabla del bote y se asomó para ver lo peces. El padre se acerco a su hijo y de asomó con él por la proa para narrarle la historia de “el gran capucho”, un pez terrible y a la vez uno de los dioses del mar más bondadosos. Se trataba de un pargo rojo más grande que seis personas juntas, y más veloz  que una barracuda adulta. Un pez pacífico  y una señal de mala suerte. Si se le ve hay que atraparle o algo terrible ocurrirá; también se dice que una escama del pez puede traer de la muerte a cualquier persona.
Y fue entonces cuando padre e hijo vieron aquel pargo gigantesco justo bajo el bote, el padre tomó el arpón y el hijo la caña y ambos lanzaron  a la vez, el gran pez escapó del arpón y de la caña, y solo una pequeña escama fue atrapada por el anzuelo del niño.
Las nubes cubrieron el sol y el agua comenzó a descender en forma de lluvia. Tomaron los remos  y regresaron atemorizados a casa sin pez alguno. Al llegar a la casa la madre de Octavio estaba muerta, y él niño en su esperanza trituro la escama y se la dio a comer. Siendo esto inútil, el tuvo que fingir por un momento que era un hombre y afrontar el destino con verraquera y una lagrima en cada ojo.  En la noche, los dos hombres caminaron hasta donde estamos nosotros y justo donde está el árbol enterraron un tesoro y una mujer.
Pasaron los años y creció el árbol, el cual toma forma humana cada vez que alguien ve una pargo rojo de tamaño descomunal; el gran capucho.”
Después de que mi abuelo contaba la historia a alguien se le ocurría preguntar qué o cuál  tesoro, y el siempre respondía: “sus corazones”.
Esta siempre será la versión que menos me gusta, aunque a veces pienso que es la real.
El punto es, yo debí contar la historia a la chica, y ahora observo con nostalgia aquella historia y ese pueblecillo en el que solía vivir. Más que nostalgia miro al pasado con dolor, impotencia; el humo del cigarrillo llega a mis ojos desde el escritorio de mi abuelo bañándolos en  lagrimas, incluso me ahogo con el humo tosiendo de cuando en cuando mientras escribo.
Sara era una persona muy bella, tanto físicamente como… bueno, eso se explica solo. Solía mirar hacia el mar desde el hostal, en el balcón del tercer piso; recostada sobre la columna que sostenía un extremo de la hamaca, nunca acostada en ella. El otro extremo lo sostenía un gancho en una pared; creo que desde la hamaca no era posible ver el mar, pero ya no lo recuerdo bien y siempre que pienso en ello divago en las posible razones por la cuales la chica no usaba la hamaca. Algo que quizá nunca sabré, y aunque parezca poco importante a mi me causa inquietud; si tan solo supiese ese pequeño detalle de su comportamiento encontraría la manera de despertarla.





Dos noches antes, del amanecer que pasé con la mujer de mi vida, observe a mi padre apostando en la casa. Jugaban “fierro”, él y un desconocido. No puedo explicarles como se juega ya que nunca lo entendí, nunca me interesó, solo sé que se juagaba con naipes. Yo solo apostaba en juegos que dependieran de mis capacidades, el azar traiciona a los que le rinden culto.
Los vi desde lejos y mi padre parecía estar muy preocupado. Llevamos el mismo nombre, mi padre y yo, solo que mi madre decidió ponerme Pablo como segundo nombre, lo que no sirvió de mucho, nadie lo utilizó jamás; yo era el mismo, el mismo que mi padre para la bocas de los familiares y amigos. Después de jugar por horas el extraño salió de la casa, mi casa;  pasó por mi frente, usaba botas pantaneras negras y un gabán que lo cubría por completo, se detuvo y me saludó sin quitarse el sobrero o bajar  los lentes. Otro enigma caso, de esos que quedan sin resolverse, solo que este en especifico era importante y apenas hoy logro rescatar este hecho de mi memoria.
Sara se levantó, el amanecer era un espectáculo de fuegos artificiales que estallaban en colores bajo el cielo dando un tono naranja a este nuevo día, y con ella, de pie a mi lado, descubrí  la sensación de felicidad de la que todos hablan y buscan; para ese entonces no sabía donde estaba, ahora sé que está en los pequeños confites que nos robamos de la vida, y hablando de confites el de mora es mi favorito. Mi abuela Carmen hacía confites de todos los sabores al terminar la misa, lo mejor que uno podía hacer un domingo era enfilarse como soldado detrás  de otros veinte niños, una fila que siempre terminaba conmigo y empezaba con mi abuela en la ventana grande de mi casa, en la que se reciben visitas y se despachan dulces los domingos. Me gustaban los confites de mora porque eran los más escasos, casi todos eran de piña, y rara vez me tocaban los de mora. Ya les dije, yo era el que cerraba la fila.
La sombra de mi bella dama se hizo larga y su rostro bello con el reflejo del sol en el agua. Me puse de pie para besarla y cuando nuestro acto se hizo sublime escuché los gritos de horror que llegaban con la amarga brisa del pueblo. Todo se derrumbó en ese momento y el olor a sangre que se evaporaba con el cálido y amable abrazo del sol inundo mis entrañas de dolor  y miedo. La tomé de la mano y le pedí que me esperara. Marche al pueblo sin prisa, el miedo no me dejó avanzar con velocidad, hasta llegar a la entrada. Sobre las calles relucían los cuerpos sin  vida en sus mantos rojos, todos desparramados en las baldosas de barro de la  calle principal con las miradas perdidas y la boca entreabierta. Entré a todas y cada una de las casa del pueblo encontrando a las personas que compartieron mi infancia infestadas por el olor carmesí de los mantos que los cubría. Ninguno de los cadáveres tenía heridas, simplemente murieron, como si hubiesen sudado sangre hasta caer colapsados.
No entré a mi casa, tampoco a la del Cofla ni a la de Juan, estás dos últimas eran las más apartadas del centro del pueblo. Al pasar por el frente de mi casa me saludo desde el pórtico el hombre extraño de aquella vez.
-¿Quieres tomar una café?- dijo con una voz confiable casi hipnótica. El calor empezaba a subir y me marché ignorándolo.
Sabía que Sara no me había hecho caso y entré al hostal saltando los cuerpos que no permitían el paso por las escaleras. En el tercer piso, en el balcón, estaba ella, mirando el mar con el seño fruncido y quieta como una roca, sus ojos escurrían el dolor de su alma, mis manos temblaban de miedo. Si solo supiera que miraba en el mar.





















Ninguna palabra era apropiada para la ocasión, ni un abrazo o un beso, solo tomarla nuevamente de la mano y hacerle sentir que estaba con ella.
La noche se asentó y ella permanecía inmóvil, la cubrí con una de sus chaquetas pero ella no la sostuvo, solo reaccionó cuando yo me senté a llorar a su lado. Fue la noche más fría de mi vida, la muerte, ¡Oh!, ¡Diosa incomprendida!, se había llevado con ella el pueblo entero.
El terror y la desesperanza son como frutas afrodisiacas cuando te acosa la locura, y creo que fue por ello que la chica se lanzó sobre mí, desgarrándome la ropa. Yo reaccioné igual a su asalto y comenzamos el coito de la manera más carnal y pasional existente; ella mantenía el control sobre acto y se movía eufórica mientras me clavaba las uñas en los hombros, yo mordía sus pechos mientras la oía gritar. Luego un pude más con su peso  y la arrojé suavemente al piso para quedar yo sobre su cuerpo. La penetraba lenta y fuertemente, tapé su boca con mi mano derecha apoyando el codo entre su axila en la madera del balcón, y con la otra mano apretaba su cuello; mi espalda se lleno de rasguños y mi cuello de mordiscos; ella gritaba cada vez más fuerte, y entre el placer y el ruido abrí una puerta que me esperaba al fondo de una visión.
Caminé nuevamente por las calles del pueblo, el sol apenas estaba por salir. Entré a mi casa. Mi padre hablaba  con mamá, parecían estar discutiendo; ¿alguna vez les he dicho lo mucho que odio a mi padre?; Carmen hacía el desayuno en la sala, y el cucho de seguro estaba ebrio en el parque, el  siempre vuelve a casa cuando sale el sol; creo que la abuela hacía unos sándwiches. Mamá se paró histérica de la silla y subió al segundo piso haciendo sonar con fuerza cada paso, nadie notaba que yo estaba allí, mi padre se paró y salió por la ventana con una gran maleta que llevaba el logo de “Pony Malta”, por la puerta entraba el cucho y como de costumbre fue hasta la cocina tambaleando y sosteniéndose de la paredes. Lo seguí y oí decirle “bomboncito” a mi abuela; que no sé cuando llegó a la cocina; me pareció muy gracioso, tan gracioso que no aguanté la risa, pero detrás de mi risa había otra risa, una más cínica y aguda.
Reaccioné y seguía follando como animal, el rostro de Sara derrochaba placer, ocultando el miedo. Mire al frente, y allí estaba el cadáver de su madre; sonaron, como estruendo de explosión, las campanas de la iglesia justo cuando la chica llegaba al orgasmo. -¿Quién las haría sonar si todos están muertos?-  exclame para mis adentros.
Olvidé a la chica por un momento y me asomé por la una ventana. Allí estaba Juan Burro caminando de un cadáver a otro con su pie torcido como su mente, nada fuera de lo normal. Requisaba los cuerpos, igual ya muertos no creo que les moleste.
-¡Juan!, ¿estás vivo?- grite con fuerza
-Claro que lo estoy, ¡idiota!  Y  tú, ¿estás vivo?-
-Si-
-Entonces salgamos de este cochino caserío antes de que dejemos de estarlo-
Juan era un tipo raro, uno muy raro. Trabajaba de arriero, bajo el sol y las estrellas, hacía trasteos, transportaba mercado, hasta trabajaba para Coca-Cola transportando las gaseosas en sus mulas de carga por todo el departamento. No sé porque le decían Juan Burro, de hecho ni se llamaba Juan, pero tanto como el por qué, desconozco también su verdadero nombre.
Dice la gente que él ya había muerto dos veces, la primera ahogado cuando naufragó en una lancha de pasajeros, pero la corriente lo trajo hasta la playa  del pueblo y el médico de la zona estaba de paseo por la misma playa; dicen que el médico era homosexual; nada importante a mi parecer, pero es parte de la historia; le dio respiración de boca a boca y lo trajo de nuevo al mundo de los vivos. La segunda enfermo de paludismo  cerca de la frontera, pero estando ya en el país vecino y  se puso tan pálido que murió, el médico de allá lo declaró muerto, y el brujo, chamán o yo no sé que con poderes de la naturaleza dijo que su alma ya había abandonado el cuerpo; pero no fue así. Cuando traían el cadáver  por mar para que su tía, única familiar con vida, lo velara se despertó y abrió el ataúd, ya cuando los marineros  estaban a punto de llegar al muelle. No murió Juan sino uno de los que lo traían, le dio un infarto al ver al viejo Juan Burro levantándose de su tumba.
Nos vestimos rápidamente para salir del pueblo. Juan dijo que el pueblo le pertenecía ahora a la señora Silva Muerte, le pertenecía con todo y habitantes, y que nosotros estábamos en la lista de pendientes; apreté la mano de Sara con fuerza y doble la velocidad del paso.
-¿A dónde vamos?-
-Fuera del pueblo, hacia las fincas, después de la diez de la noche estamos condenados, y después de la once perdidos- dijo con tono misterioso, con Juan era difícil saber si hablaba enserio –Dime ¿has entrado a tu casa?-
-No, per…-
-Pero yo si- interrumpió ella
-Entonces ella está condenada-
-Ella no vive aquí, se quedaba en el hostal-
-Si, pero es allá donde Silva Muerte llamó  a lista preguntando por ella, y ahora los muertos la han visto entrar-
Tras nosotros se escucharon unos pasos, desconocíamos la hora exacta pero sin duda eran más de las nueve con cuarenta minutos, por esto al escuchar los pasos corrimos desenfrenados mientras la calle se alargaba. Paso por paso retumbaba en el piso, aquel que nos seguía exhalaba ruidosamente y se acercaba con velocidad. Miré al frente después de mirar el piso, me sentí a salvo al saber que estaba a dos casas de la gloria, pero fue entonces  cuando Sara tropezó y en vez de caer al piso nuestro persecutor la tomó de la cintura.
Alcancé a asustarme un poco, pero los bigotes del Cofla eran inconfundibles. En cambio la chica si se escandalizó toda, y abofeteó al alto hombre que la sostenía.
-Los escuché hablar, y no quería morir, entonces los seguí-
Del Cofla no había mucho que contar, de hecho no hay nada interesante que contar; solo que tiene un bigote muy feo y una voz temblorosa. Y fue su voz temblorosa la que en ese momento nos recordó  que aún no habíamos salido del pueblo.