miércoles, 3 de agosto de 2011

HISTORIA EN PLANO ONÍRICO

Todo comienza en algún lugar y en algún momento, yo no puedo explicarles donde. Así, lo ocurrido antes de los hechos, por mi contados, corre por cuenta de ustedes.

El clima era indefinido al igual que el color del cielo, de azul a rojo y de frío a más frío, a veces verde y quizá llegó a ser naranjado, al igual que la lluvia que caía como arpegios, cuerda tras cuerda vibrando una después de la otra, lenta hasta que llega a ser nieve y de este modo se congelo el suelo y los ríos alrededor de Liliana.

¡Y vaya!, que mujer tan linda era Liliana. Se veía hermosa corriendo sobre las aguas hechas hielo; tan solido que me daba la impresión de que era concreto, pero no, era hielo. Similar era ella a la lluvia, que parecía ser música, y más cuando tornó en bossa nova; dejó de verse el agua, mientras saltaba al vació desde las nubes, pero no de sentirse. ¡Vaya suicida!, Liliana también odiaba el agua, no le parecía bueno el suicidio y menos llamar la atención de esa forma; o supongo que le odiaba porque odiaba a los suicidas, y bueno, el líquido ese lo era.  Bueno, el punto es que yo odio el agua, pero no a los suicidas, ellos están muertos, ¿Cómo puedo odiarles?

Yo seguía a la dama de la que les hablo. La amaba, y valla que la amaba, aunque solo la amé aquella vez. Se montó a un  automóvil. Recuerdo perfectamente que era de color gris y enorme. Tan grande que tenía diez ventanas y un corredor que le atravesaba para poder caminar dentro de él, y también fuera de él. Diez cuadras después me bajé del bus sobre una puerta. No crean que era una puerta a otra realidad, o un atajo para llegar a casa en un instante; eso solo pasa en los sueños; no, era una simple puerta que se encontraba en el piso, sin embargo no resistí el intentar abrirla, pero no lo conseguí ya que tenía seguro. Pensé en derribarla  pero Liliana volvió a aparecer y corrí tras ella.

¡Vaya aguacero el que caía aquella noche!, no importa, pensé, el sol está cerca y cuando llega el sol se van las nubes.

La seguí hasta un muelle, uno muy extraño, y muy grande, además feo, sin playa, pero de mar cristalino. La construcción era extravagante,  demasiado diría yo; como entre turca, persa, y árabe, o sea como lo mismo.

-Te alcancé- le dije, y luego saltamos desde el extremo eterno del muelle a unas rocas en medio del océano. Digo eterno ya que nunca terminaba, no por embellecer la frase.

La tomé de los hombros y sin mas la besé con fuerza, tanta, tanta que me paralicé por un momento y luego la continué lento y suave mientras ella me abrazaba. Hicimos el amor sin desvestirnos, es más, sin tocarnos, ustedes comprenden perfectamente.

El sol dócil de la mañana nos acompañaba, todavía llovía. Y así nuevamente las gotas fueron notas, pero en vez de una canción de amor escuché la sinfonía 1812, la que aparece en la película V de venganza cuando el protagonista vuela el primer edificio, y de repente sentí hormigas en mi estomago, y después en mi corazón, y luego empezaron a caminar entre mis venas, y a roer mi hígado, y a picar mi cabeza hasta que se hizo insoportable, y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba muerto. Liliana me había matado de amor con un revolver. Ella no era capaz de verme a la cara, imagino que se sentía culpable y supongo que fue por eso que no me respondió cuando le pregunté por qué me había asesinado. Ahí se me acabó el tiempo y mi cuerpo cayó al mar bajo el sol  naranja del amanecer; un color más similar al de la tarde; traté de agarrarme a mi mismo y vaya sorpresa la que me llevé. Nunca me imaginé tan pesado, me agarré de mi mano y me sostuve fuertemente, pero un alma no carga un cuerpo y caí al vacío por apegarme a lo mundano.

Caí durante mucho tiempo, años, siglos, milenios, o solo unos cuantos minutos que se alargaban por el miedo que sentía a la muerte, aunque ya estaba muerto. Caí hasta hallarme sentado en una silla como aquel que no espera nada de la vida, mirando una ventana frente a un escritorio que solo poseía encima lápiz y papel. Mire mis piernas y luego la ventana enfocando el vidrió. Observe a la chica causante de mis delirios reflejada en la ventana como un simple recuerdo hecho cenizas, cenizas de un cuerpo incinerado, mi cuerpo que ha ardido en llamas, cenizas dispersas en el aire y que se desplazan a favor del viento, en contra de la corriente del rio; pero el rio estaba congelado. Mire más allá y vi las calles de París envueltas por la ciudad de Medellín, mi ciudad natal. El sol ya se ocultaba y su luz era pálida y azul, como quien se despide, pero más se parecía a la luz de la mañana.

Aún estaba lloviendo y por un momento al enfocar no mas allá de mis manos, de lo que soy, me pareció sentir que el agua juagaba a ser música mientras se estrellaba contra el suelo, ¡y vaya que detesto el agua!

No hay comentarios: