Cierro los ojos.
Hermosas líneas a mis manos pegadas, con esa grandeza y superioridad que me deja perplejo y sin escape, tirando de mí como una honda que se expande. Solo que, atrapado dentro de ella, mi destino era perecer de la manera más hostil conocida, engendrando paracitos que luego serían crías comiéndose mis entrañas; o encontraba una forma de vencer la reina, o… de liquidarme ingeniosamente. La telaraña me transmitía la inmunda sensación de estar al pleno sol sin siquiera capa de ozono, y bañado en una pega blanca que deparándome pequeños impulsos electros.
Solo conocía un escape. Podía vencer si cerraba aún más los ojos, así que eso fue lo que hice. Despegué mi cuerpo de la red soportando el ardor de la piel quemada, y cuando la reina se lanzó sobre mí me sostuve se sus colmillos, lo cuales se partieron por mi peso en cuanto caí de la telaraña. Al fin tenía la llave de mi tesoro. De un momento llegué al negro astral, estrellado de sus colores, rojo, verde, azul y luz; pero en su gran diversidad de rojos, verdes y azules que se iban mezclando con la luz para crear los signos de las diferentes puertas. Quedé frío de un momento, y recordé, piden la contraseña. Dejé de pensar y el gran ojo apareció marcándose de frente a mi frente. La luz que rodeaba la entrada era eso, solo luz y nada más; estaba cada vez más cerca de escapar, bueno, aunque yo era el villano. Frente a mí se divisó la araña cuidando la entrada, puesto que a veces juagar a ser dios es un delito, de ningún modo me dejaría pasar sin poseer primero el derecho de. Por fortuna las arañas no son mayor oponente para un humano, mucho menos una sin colmillos, y aunque aquellos que siempre vigilan, estaban vigilando, vencí a la araña de un buen golpe, quedando su ser petrificado sobre la nada como un simple grabado en un papel.
Era hora de continuar mi aventura; ya antes había cruzado esa puerta, y visto por un instante en su interior a causa del azar de los vuelos anteriores. Un bello recuerdo tenía de ello, pero ahora se había confundido, entre la mala sospecha; me acerque y frente a mí se asomó una torre negra, escasamente iluminada por su propia maldad. ¡O, vaya! Ahora estaba en un gran lío.
Unas garras que, aunque no visibles, enormes y delgas se movías hacia mí como ondas moradas en la nada. Sonó un crujido de huesos sobre mi oído izquierdo y al voltear, encontré ante mí, y haciendo presencia con sus moscas por doquier, la bella señora que veneran los mexicanos. Sabía que no era mi hora, pero al matar la araña le había facilitado a la señora, el retarme, además de arrastrarme hasta sus dominios. La batalla fue bien luchada, mi presencia se mantenían en pie y firme. Sabía que no podría vencerla, pero si escapar. Me precipité a intentar subir a lo alto, mientras generaba pequeños destellos para confundir a la persecutora de la ocasión, pero rápidamente, esta me alcanzaba.
Me di por perdido y me entregué a ella. Ya no tenía ninguna idea, y pues de todos modos, merecía mi condena. Quien diría por curioso, tal gato, y sin embargo era simple avaricia, avaricia de saber, de poseer, de disfrutar, de sentir, algo más. Una sensación de descanso, como un “game over”, se manifestó, sabes que se acabó, sabes que perdiste el juego, y que valió la pena jugarlo.
No era mi hora, y ya antes lo había dicho.
Mire mis manos, recordé a mi compañera y nuestras sublimes armonías y polifonías. Agarré la primera nota, un La bemol tan grave que no se podía ubicar fácilmente en un pentagrama, y que nadie antes, exceptuando uno que otro loco escritor de oriente, había escuchado jamás; de ahí, octava tras octava acomodaba las notas de escalones para huir con mayor velocidad. No me preguntéis con hice eso, al igual que tú no comprendo el cómo, tendrás que aceptarlo de alguna manera. Cada escalón que pasaba retumbaba en cabeza, cada vibración me aturdía y mientras más subía, más aguda la nota musical se hacía. Las moscas me seguían, a pesar de que la muerte se había quedado en su reino, y yo volvía al vacío negro. Los sellos y los diversos ojos que abrían los portales a dimensiones sin conocer se marcaban nuevamente a mi frente mientras yo corría; tenía que regresar hasta poder abrir los ojos, y poner fin a la aventura, pero del camino gran trecho esperaba aún, y mi cabeza no soportaría ni dos notas más. De pronto se formo en bellas luces mezcladas con los colores antes descritos, el ojo que antes custodiaba la araña, una trampa nueva para mi codicia.
Cruce nuevamente al fondo iluminado y las vibraciones de los escalones se detuvieron, y la presencia de las moscas se lanzó sobre mí a darme caza final. La reina entró al acto, y por fortuna salí ileso de su brusca reacción. Las moscas no tardaron en huir de la enorme arácnida, y fue suficiente tiempo para que yo me acercara en silencio, tal saqueador de tesoros, a la pirámide que en tres se dividía, para así la puerta abrir. Paso por paso avanzaba en dirección a la victoria; miré atrás y la araña señaló con un gesto su permiso, y yo con otro mi agradecimiento. Parece que ya tenía permiso de juagar a ser dios, y así, no solo asomé la cabeza, me sumergí por completo.
El regreso casa fue breve, casi como parpadear diría yo. Salí de mi habitación, intentando cerrar las pupilas, rumbo a la cocina por un café, sonriente y sereno, y tembloroso. Y el café, más delicioso que antes, termino de endulzar la tarde en un lugar más seguro. La casa de los hombres aburridos que los viajeros locos, y temen a los visitantes.
¿Qué dices?, ¿Quieres saber que hay tras la puerta?, pues bien, es ese mi botín de guerra; si de verdad quieres saber averígualo tú, y recuerda, “la curiosidad mató al gato” pero “la hierba mala nunca muere”, si lo logras honrad a la codicia.