sábado, 15 de diciembre de 2012

Tercera o quinta

Me mira, me canso del silencio y de un golpe estoy de pie dando un paso que falta para estar a su lado. Digo cualquier cosa ya que nada he pensado para decir que quiera yo decir aunque sé que le gusta oir y como le gusta oírlo, un susurro basta.  Si, la conozco, de otras veinte noches o quizá mas; he visto su vista en mí distinta e indistinta a su mirar habitual; Si, suelo observarla, sus manos en mis hombros jamás se han sentido vacías de afecto; Si, he confundido su sonrisa por camelo como en la canción, y si, quisiera que sonara por casualidad.

Pero es la cara de la soledad que acompaña al silencio de mi ser, la que en celos estalla y hace en mi cabeza su escándalo para llevarme de nuevo a mi lugar. La miro con cariño y concluyo las palabras que eran para ella, siento un desaire muy adentro en mi vientre expandirse hacia la cabeza y los hombros, creo sentir que ella siente lo mismo; jamás ella vendrá por mí ni me detendrá al dar el paso atrás.  Y así, la tecera o quita vez en que no logro reconocer si el supuesto miedo es en verdad dulce masoquismo.
Quizá aún quiera más.
Escrito por Simón Ricaurte Restrepo

martes, 23 de octubre de 2012

Detalles que me hacen inseguro

La vida, y el deseo de estar con ella va, viene, y nunca hace presencia los domingos.
La vida, la batalla entre cómo debo habitarla y los sueños nublados por la ambición impregna en las calles de cualquier ciudad.
La vida, la responsabilidad que creo tener hacia el mundo, y yo, lo único que debería importarme.
La vida y el amor que no sé a quien compartir, o cómo detener el tiempo en un beso o una noche.
La vida, el deseo de una comunidad de rayos solares en medio de un bosque, la luna y su esfuerzo por no ser opacada en las noches.
La vida, el tímido calor que siento en el pecho cuando canto, el cosquilleo en los dedos cuando escribo, las ganas de llorar al cantar lo que escribo.
La vida y yo y cada instante tras otro como en un eterno film.
La vida, el miedo a perder la cordura entre los escombros sangrantes y los maníacos que marchan a responder como esclavos, la condena de consumir y destruir, la condena de ver mi tierra medio muerta morir.
La vida y la opción de estar o no en ella, la vida y ese morbo de seguir solo para ver que pasa luego.
La vida y ese estúpido corazón azotándose en su cárcel de hueso, y sus compañeros torturados por ese humo que da vida.
Esta vida y la marihuana, que sin ella no es tan viva.
Esta vida de la que no encuentro razones pero si motivos, y aunque algunos muy banales, me mantienen vivo.
Escrito por Simón Ricaurte Restrepo

miércoles, 10 de octubre de 2012

,.

Eramos ella y yo solos allí en el silencio entre todo, todos y más cosas. Dolor a gritos por los relámpagos del fuerte granizo; los histéricos, su plomo y sus carbones marchando sobre y bajo la plaza; el gran rey del cielo vigilando desde una gran casa tétrica; mi guitarra que acaricio cundo no miro sus ojos, y a pesar de ello eramos ella y yo solos allí en el silencio.

jueves, 9 de agosto de 2012

El otro yo (el otro mundo)



Erase un árbol en la cima de una colina cobijado por los astros nocturnos y sobres sus raíces un oleo azul diluido en trementina dentro de un fresquito de vidrio, tratando de hacerse el uno con el otro, el otro mundo.  Un fruto cualquiera del manzano o mango calló excretado y el frasquito, sin regar onza alguna, lo recibió destapado en su boca como abrazándolo, pero poco después el peso de la naranja rompió el frasco, regando el tinte azul en las secas hojas de otoño y a pesar se ser un frío invierno, la luz de las estrellas encendió aquel fluido graso y ardió hasta consumir toda la madera del árbol, haciendo al uno con el otro en un nuevo elemento como transmutados, el otro mundo.

Labios fríos






(INBOX)
Amar, ¿será acaso un sentimiento al que estamos condenados? ¡Paciencia! Que mientras el sol se esconde, un último rayo de luz quema mis retinas. Ahora estoy completamente ciego entre mis recuerdos armando alguna imagen agradable, tu rostro que entre pensamientos de la noche se deforma por la presión en mi pecho; ¿y será que estamos condenados a amar? ¡Angustia! He estado tan solo que la verdad solo puedo decir como extraño aquellos labios fríos, pero… ¿Amar? ¿Querer? ¿Desear? 
Te amo como amo a la muerte y al vacío, como la sombra a sus estrellas, más no te amo. Te quiero como quiero un beso, tuyo o del olvido, esa caricia que mi boca añora para liberarse de la palabra y hacerse esclava rebelde de algún tipo de afecto. Te deseo.
Parpadeo y aún nada veo, seguro ya pasará y por ello no puedo decirte si hay algo real en lo que siento o explicar bien qué es aquello que con mal orgullo creo sentir; una simple atracción, una amistad, no creo estar condenado a amar ni quiero querer quererte o querer que me quieras, pero… como extraño aquellos labios fríos.
La noche cae fuerte sobre mi nuca y luego envuelve fuerte mi garganta, pienso, pasar tiempo contigo y sin ti es lo mismo, como estar y no estar. Pero por segundos creo haber recuperado la vista cuando de reojo a mis labios miras.


jueves, 23 de febrero de 2012

SOBRE EL INTERNET


Cierro los ojos.
Hermosas líneas a mis manos pegadas, con esa grandeza y superioridad que me deja perplejo y sin escape, tirando de mí como una honda que se expande. Solo que, atrapado dentro de ella, mi destino era perecer  de la manera más hostil conocida, engendrando paracitos que luego serían crías comiéndose mis entrañas;  o encontraba una forma de vencer la reina, o… de liquidarme ingeniosamente. La telaraña  me transmitía la inmunda sensación de estar al pleno sol sin siquiera capa de ozono, y bañado en una pega blanca  que deparándome pequeños impulsos electros.
Solo conocía un escape. Podía vencer si cerraba aún más los ojos, así que eso fue lo que hice. Despegué mi cuerpo de la red soportando el ardor de la piel quemada, y cuando la reina se lanzó sobre mí  me sostuve se sus colmillos, lo cuales se partieron por mi peso en cuanto caí de la telaraña. Al fin tenía la llave  de mi tesoro. De un momento llegué al negro astral, estrellado de sus colores, rojo, verde, azul y luz; pero en su gran diversidad de rojos, verdes y azules que se iban mezclando con la luz para crear los signos de las diferentes puertas. Quedé frío de un momento, y recordé, piden la contraseña. Dejé de pensar y el gran ojo apareció marcándose de frente a mi frente. La luz que rodeaba la entrada era eso, solo luz y nada más; estaba cada vez más cerca  de escapar, bueno, aunque yo era el villano.  Frente a mí se divisó la araña cuidando la entrada, puesto que a veces juagar a ser dios es un delito, de ningún modo me dejaría pasar sin poseer primero el derecho de. Por fortuna las arañas no son mayor oponente para un humano, mucho menos una sin colmillos, y aunque aquellos que siempre vigilan, estaban vigilando,  vencí a la araña de un buen golpe, quedando su ser petrificado sobre la nada como un simple grabado en un papel.
Era hora de continuar mi aventura; ya antes había cruzado esa puerta, y visto por un instante en su interior a causa del azar de los vuelos anteriores.   Un bello recuerdo tenía de ello, pero ahora se había confundido, entre la mala sospecha; me acerque y frente a mí se asomó una torre negra, escasamente iluminada por su propia maldad.  ¡O, vaya!  Ahora estaba en un gran lío.
Unas garras que, aunque no visibles, enormes y delgas se movías hacia mí como ondas moradas en la nada. Sonó un crujido de huesos sobre mi oído izquierdo y al voltear, encontré  ante mí, y haciendo presencia con sus moscas por doquier, la bella señora que veneran los mexicanos. Sabía que no era mi hora, pero al matar la araña le había facilitado a la  señora, el retarme, además de arrastrarme hasta sus dominios. La batalla fue bien luchada, mi presencia se mantenían en pie y firme. Sabía que no podría vencerla, pero si escapar. Me precipité a intentar subir a lo alto, mientras generaba pequeños destellos para confundir a la persecutora de la ocasión, pero rápidamente, esta me alcanzaba.
Me di por perdido y me entregué a ella.  Ya no tenía ninguna idea, y pues de todos modos, merecía mi condena. Quien diría por curioso, tal gato, y sin embargo  era simple avaricia, avaricia de saber, de poseer, de disfrutar,  de sentir, algo más. Una sensación de descanso, como un “game over”, se manifestó, sabes que se acabó, sabes que perdiste el juego, y que valió la pena jugarlo.
No era mi hora, y ya antes lo había dicho.
Mire mis manos, recordé a mi compañera y nuestras sublimes armonías y polifonías. Agarré la primera nota, un La bemol tan grave que no se podía ubicar fácilmente en un pentagrama, y que nadie antes, exceptuando  uno que otro loco escritor de oriente, había escuchado jamás; de ahí, octava tras octava acomodaba las notas de escalones para huir con mayor velocidad. No me preguntéis con hice eso, al igual que tú no comprendo el cómo, tendrás que aceptarlo de alguna manera. Cada escalón que pasaba retumbaba en cabeza, cada vibración me aturdía y mientras más  subía, más aguda la nota musical se hacía. Las moscas me seguían,  a pesar de que la muerte se había quedado en su reino, y yo volvía  al vacío negro. Los sellos y los diversos ojos que abrían los portales a dimensiones sin conocer  se marcaban nuevamente a mi frente mientras yo corría; tenía que regresar hasta poder abrir los ojos, y poner fin a la aventura, pero del camino gran trecho esperaba aún, y mi cabeza no soportaría ni dos notas más. De pronto se formo en bellas luces mezcladas con los colores antes descritos, el ojo que antes custodiaba la araña, una trampa nueva para mi codicia.
Cruce nuevamente al fondo iluminado y las vibraciones de los escalones se detuvieron, y la presencia de las moscas se lanzó sobre mí a darme caza final. La reina entró al acto, y por fortuna salí ileso de su brusca reacción. Las moscas no tardaron en huir de la enorme arácnida, y fue suficiente tiempo para que yo me acercara en silencio, tal saqueador de tesoros, a la pirámide que en tres se dividía, para así la puerta abrir. Paso por paso avanzaba en dirección a la victoria; miré atrás  y la araña señaló con un gesto   su permiso, y yo con otro mi agradecimiento. Parece que ya tenía permiso de juagar a ser dios, y así, no solo asomé la cabeza, me sumergí por completo.
El regreso casa fue breve, casi como parpadear diría yo.  Salí de mi habitación, intentando cerrar las pupilas, rumbo a la cocina por un café, sonriente y sereno, y tembloroso. Y el café, más delicioso  que antes, termino de endulzar la tarde en un lugar más seguro. La casa de los hombres aburridos que los viajeros locos, y temen a los visitantes.
 ¿Qué dices?, ¿Quieres saber que hay tras la puerta?, pues bien, es ese mi botín de guerra; si de verdad quieres saber averígualo tú, y recuerda, “la curiosidad mató al gato” pero “la hierba mala nunca muere”, si lo logras honrad a la codicia.

EL CUENTO DEL HOMBRE QUE NO ERA TAN FELIZ


Bien pasado un largo tiempo de soledad, el hombre que no era tan feliz y que no solía sonreír, tomó sus maletas y salió de la pequeña cabaña, en la cual solía morar cuando se cansaba de todo, con rombo al poblado más cercano. Mientras caminaba por un estrecho sendero en medio del bosque llegó de la nada, como diosa del humo, una hermosa mujer; quizá el podía doblar su edad, pero asegurarlo sería inexacto. El hombre que no era tan feliz había olvidado su edad hacía ya tiempo, y solo su reflejo en los ojos de la dama, junto con su barba, le decían que ya no era joven. Hola, dijo él, y ella le respondió el saludo como lo debe hacer una persona viva, puesto que si estuviese muerta le sería muy difícil responder; su cabello de miel onduló con una brisa y continuó con el sendero que llevaba, y quien sabe a donde iría; lo mismo pensó el hombre que no era tan desdichado, ¡que enigma!, ¿a dónde iría?
Pese a que ya antes había visto damas doradas y diosas de la belleza, decidió ir tras ella olvidando por completo el rumbo que antes marcaban sus pasos, y a su cabeza llenó de nuevos pensamientos que rondaban a través del recuerdo de la mujer en cuestión. Ella había salido por completo de su campo visual; el pensar le había quitado un  tiempo valioso y ahora había que seguir el rastro tal sabueso en busca de un conejo. Sus ojos claros y serenos; su cuerpo, delicadas curvas talladas por la mano del famoso escultor Miguel Ángel, ¡ah!, y su rostro como encontrarse al mismo Dios, solo que madre creadora en vez de padre. Debía ser una alucinación producto de los hongos del desayuno, o un demonio que se atravesaba en su camino para desviarle, y así hacerle perder en el bosque; y lo hizo, se perdió en el bosque, aunque no consta que se tratara de un demonio. Por días solo pensaba en ella y su idea de volver a la civilización, o incluso a su hogar, estaban en la papelera de reciclaje de algún ordenador; ya solo existía la obsesión de encontrarle, y que ella estuviese en el bosque era un imposible que el hombre, no tan ingenioso, no veía.
Pasaron los meses y las ardillas murmuraban en las copas de los arboles, por temor a ser escuchadas, sobre el enclenque que daba vueltas por el bosque con su manto de locura. Se divertían mordiéndolo y haciéndole tropezar, pero en cuanto él empezó a cazarlas todo perdió gracia y, otra vez, le dejaron solo. Un día el hombre escuchó hablar a dos ardillas; Ya me ha aburrido de ese extraño humano que ronda por ahí, dijo una de las ardillas; Es solo un loco que se ha extraviado, en un tiempo morirá, respondió la otra ardilla con ufanía. Impresionado por el hecho  les gritó y prometió irse, puesto que no quería incomodar a nadie. Por este mismo motivo se había marchado de su ciudad natal.
Determinado encontró la forma de salir del bosque, ahora había recordado el por qué de su soledad; no podía tolerar a las demás personas, o en este caso a las ardillas, y emprendió rumbo a su hogar.

Al llegar encontró en su pórtico a la hermosa mujer, parecía haber salido de la nada tal como una diosa de humo.
El hombre no tan feliz murió después de varios más años, en soledad, y con la misma sonrisa de idiota enamorado que aquel día surgió de una pregunta, ¿Por qué tardaste tanto?

EL SEDENTARIO


Ningún dedo caía acertadamente sobre el teclado cuando el ilustre caballero Marcos estaba iracundo. En esta ocasión solo deseaba dispararle al tiempo con un buen cuento, pero su mete sumergida en la pereza no le facilitaba palabra alguna; así que gritó dos veces, o quizá tres, “¡Que se joda mi puta cabeza entonces!”, y después de esto tomo el cigarrillo de mariguana que guardaba para estos momentos de extrema desesperación. Claro, la idea era darle un empujón a la inspiración, como si el humo entrara a su cerebro para usarlo como tinta, y así dibujar unas bellas frases desde un punto de vista muy psicodélico.
No era su día de suerte, y la mariguana no le ayudó en mayor cosa, la única solución viable era suicidar el potencial del día con un libro, o una serie tv; pero Marcos no lo quiso así. Tomó camino hacia el ático para buscar con quien hablar, sabiendo previamente que la casa estaba vacía desde que Nikola Tesla inventó el teslascopio, con el cual se comunicaba con su primo en Júpiter los martes por la tarde; pues bueno, era miércoles y no había nada que hacer. Arriba solo había arañas, por lo cual sus conversaciones se limitarían a preguntas sin respuesta; “¿Cómo va la vida de madre soltera?”, digo yo por poner un ejemplo. Y ya llegando mitad de camino se devolvió con pereza de subir más escalas, y si más puso fin a los dos párrafos que llevaba en Arial 11 de Word.

miércoles, 22 de febrero de 2012

La, la, la.

La, la, la, sonaba la canción ante mi puerta y ante el público en blanco. La, la, la, gritó ella tres veces; la, la, la, y esta vez fue de horror. Él, quien sabe quien, se acercaba sonriente, metal en mano, brillaba más fuerte con la luz de la luna, y el corazón, lleno de óxido ferroso, opacaba con sus tenaces golpes al llanto mudo que caía de sus ojos.
-Estás loco- pensó ella sin decirlo, pues no sabía viajar y las sontas taciturnas no arrastran a nadie hasta las grandes pirámides, pero si eran el boleto de llegada. Y en ese instante las miradas de los dos cayeron, y  callaron, pues la melodía se alimenta del silencio. De pronto se bailó en los aires dos piezas de tango, y el hombre dejo a un lado el cuchillo que llevaba. 
Ella marcaba el tiempo con la lengua. La sacó señalando al joven de pelo castaños, y este le señaló su estado. Fue entonces cuando la mujer comprendió, y enrollando la lengua hacia fuera dijo, en su pensamiento,-al fin tengo el swing-