Erase un árbol en la cima de una colina cobijado por los astros
nocturnos y sobres sus raíces un oleo azul diluido en trementina dentro de un
fresquito de vidrio, tratando de hacerse el uno con el otro, el otro mundo. Un fruto cualquiera del manzano o mango calló
excretado y el frasquito, sin regar onza alguna, lo recibió destapado en su boca
como abrazándolo, pero poco después el peso de la naranja rompió el frasco,
regando el tinte azul en las secas hojas de otoño y a pesar se ser un frío
invierno, la luz de las estrellas encendió aquel fluido graso y ardió hasta
consumir toda la madera del árbol, haciendo al uno con el otro en un nuevo
elemento como transmutados, el otro mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario